domingo, 4 de julio de 2010

De esposa fiel a vampiresa lesbiana

A la izquierda, Me siento extraña', donde Bárbara Rey y Rocío Dúrcal 'lo prueban'. Arriba, José Luis López Vázquez y el gay con destino trágico. Abajo, Landa en la comedia de mariquitas'.

A la izquierda, Me siento extraña', donde Bárbara Rey y Rocío Dúrcal "lo prueban". Arriba, José Luis López Vázquez y el gay con destino trágico. Abajo, Landa en la comedia de mariquitas'.JESÚS ROCAMORA

He aquí una historia típica del cine de la Transición: matrimonio heterosexual ve su estabilidad en peligro por la llegada de una tercera persona a la relación, una vampiresa lesbiana que contagia a la mujer y la introduce en los placeres y vicios homosexuales. Perdida y atormentada, la pobre esposa no es liberada hasta que interviene su marido, que consigue acabar con la villana y devolver la normalidad. Si no es una historia típica, al menos fue muy recurrente en lo que entonces se llamó fantaterror, que cultivaron directores como Jess Franco y que dibujaba a las lesbianas como una criatura mezcla entre deseable y terrorífica, una depredadora capaz de poseer a otras mujeres como el diablo. Y que terminaba siendo castigada.

Como dice Alejandro Melero, autor de Placeres ocultos. Gays y lesbianas en el cine español de la transición (Notorius), en el fondo, la imagen del homosexual de estas películas no hacía sino repetir los miedos heredados del franquismo (la homosexualidad como algo contagioso y capaz de llevar a la ruina). "Esa época de consenso político que admiramos dejó muchas puertas sin cerrar. El pacto de silencio dejó que los derechos de los homosexuales se pospusieran. También en el cine: hasta que no murieron los directores del cine fascista y homófobo, no se empezaron a ver homosexuales en pantalla", dice Melero.

Destape y cine político

Hubo muchos "cambios de chaqueta". Paradigmático fue Ignacio F. Iquino (1910-1994), que pasó de rodar cintas religiosas y profascistas, como Alma de Dios (1941), al erotismo soft del destape, sin abandonar la moralina propia del franquismo. O incluso a cosas más hardcore: ahí está Los violadores del amanecer, de 1978, que contiene escenas explícitas e iguala el sexo lésbico al masoquismo, la perversión y la violencia. Para Melero, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III, "el apartado ideológico de la dictadura no tenía ninguna lógica" y producía estos contrastes, ya que se "condenaba lo que durante 90 minutos se vendía como disfrutable".

El recorrido que ofrece Placeres ocultos va más allá, abarca los años 1973-1982 y recoge un catálogo de tipologías y estereotipos gays tratados a partir de los géneros: junto a esta lesbiana terrorífica estaba la más sensual del destape ("que al margen de ideologías, fueron las primeras oportunidades para ver homosexuales") y la sexploitation española (Con las bragas en la mano), y de la comedia de mariquitas (Haz la loca, no la guerra) a la homosexualidad como tragedia (Fraude matrimonial).

Y, por fin, el cine político. Tuvieron que venir directores homosexuales, como Eloy de la Iglesia (Los placeres ocultos) y Pedro Olea (Un hombre llamado Flor de Otoño), "para pasar de la vergüenza al orgullo". Ellos abrirían el camino a sangre fresca, como Almodóvar.

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