jueves, 3 de junio de 2010

Respetar la diversidad es luchar contra la opresión

Esta semana, con gran repercusión mediática, se abrió el debate sobre la ley de matrimonio para personas del mismo sexo en las comisiones del Senado. Con los alegatos presentados por distintos activistas y una emotiva intervención del director de teatro Pepito Cibrián, comenzó esta segunda etapa en la que se definirá si, finalmente, se aprueba la ley. Al mismo tiempo, grupos de fundamentalistas evangélicos marchaban para repudiar la aprobación del proyecto y la Iglesia Católica enviaba a sus propios “negociadores” para convencer a los senadores de votar en contra. Pocos días antes, durante los festejos del Bicentenario, la presidenta se jactaba de que se había celebrado “con pluralidad, con diversidad”. Y del respeto a la diversidad, justamente, es de lo que más se habla cuando se defiende el proyecto del matrimonio gay. Pero ¿cuál es la situación, en Argentina, de las personas que no son heterosexuales?, ¿dónde se origina esa discriminación contra gays, lesbianas y transexuales?, ¿qué han dicho los marxistas sobre la homosexualidad?, ¿qué debemos hacer las trabajadoras y trabajadores para enfrentar la discriminación que también divide nuestras filas? En el transcurso de este mes en el que se conmemora el Orgullo Gay en todo el mundo, abrimos este debate en La Verdad Obrera.


Es cierto que, en Argentina, la discriminación contra las personas no heterosexuales ha disminuido si comparamos con apenas unas décadas atrás. Sin embargo, la realidad es bastante más compleja de lo que parecería por la llegada de cruceros gays al puerto de Buenos Aires o la proliferación de boliches, hoteles y bares “gay friendly”.

Apenas dos meses antes de que se tratara el matrimonio gay en el Congreso, la joven cordobesa Natalia Gaitán era asesinada de un escopetazo por el padrastro de su novia, por ser lesbiana. La situación de la gran mayoría de las travestis, en cualquier lugar del país, no tiene ni punto de comparación con la de Florencia de la V y otras figuras mediáticas; son muy pocas las que pueden ejercer un oficio y casi ninguna consigue un trabajo en relación de dependencia, por lo que la migración a las grandes ciudades y la prostitución termina siendo la única vía para la supervivencia. Los gays son “aceptados” en la farándula, siempre que se ajusten a los estereotipos de la “loca alegre”; pero en las canchas de fútbol todavía se sigue insultando a los adversarios aludiendo a supuestas conductas sexuales. Las lesbianas, si aparecen en televisión, es para deleite y consumo de la platea masculina; en general, son las más invisibilizadas entre las personas no heterosexuales.

¿Cuántos son los gays y las lesbianas que, en su trabajo, sólo hablan del amigo o la amiga con la que comparten el departamento, pero sin atreverse a nombrarlos como sus parejas? ¿Cuántos son los hombres que, cada domingo a la noche, se esfuerzan por recordar los resultados de la tabla para no quedar fuera de las conversaciones, al día siguiente, en el comedor de la fábrica? ¿Cuántas son las mujeres que, ante la mirada absorta de sus compañeras de oficina, se esfuerzan por explicar que no les gusta ese galancito de moda? Lo que es peor aún: inclusive en sus propias familias, en muchas ocasiones, se impone el silencio por el miedo al rechazo.

Para las personas que deben ocultar su condición sexual, su identidad, su deseo, el “enemigo” también está en casa: la propia familia, compañeros de trabajo, vecinos… Las personas homosexuales deben mentir, ocultar, inventarse una identidad para ser aceptadas.

Para los marxistas revolucionarios, entonces, no se trata de “tolerar”, como dicen algunos, ni siquiera sólo de “respetar la diversidad”, sino de luchar por desterrar los prejuicios y toda forma de discriminación de lesbianas, homosexuales, travestis, transexuales, combatiendo tanto ésta como todas las formas de opresión que pesan sobre la humanidad para acabar definitivamente con tanta ignominia.

Pero además, como no puede liberarse de sus cadenas quien, a su vez, oprime a otros, es más necesario aún empezar por desterrar estos prejuicios de nuestra propia clase, combatiendo la división que nos impone la clase dominante entre heterosexuales y homosexuales, como también se hace entre nativos e inmigrantes, entre hombres y mujeres, etc. Porque reproduciendo la estigmatización, el desprecio y la humillación inculcada durante siglos, se garantiza y perpetúa la división en nuestras propias filas, que sólo fortalece a las clases dominantes y sus reaccionarias instituciones e ideología.

En el próximo número, “Pecado, delito, enfermedad, caricatura… distintas formas de opresión”

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